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Una crisis que consume



La crisis nos consume, conmueve y corrompe. Nuestra mente nos exige aislarnos como si eso fuera a hacernos menos inmunes a nuestras realidades. Pretendemos abrir una ventana que nos conduzca al aislamiento, cuando las fuertes ventiscas de nuestros encuentros cotidianos con la realidad nos cierran esa ventana con la que sentimos el resguardo de lo frívolo. Muchas veces no hay una ruta de escape hacia la frivolidad, ni mucho menos encontramos la salida de esta brutal existencia. Deambulamos buscando una salida hacia otros mundos, una salida a la crisis.

El destino muchas veces nos azota inopinadamente con increíble certeza. La crisis nos persigue como una sombra. Una sombra que nos quiere arrebozar con el mando de su oscuridad. Por eso huimos de este mundo, en la búsqueda de otras realidades. Para no ser víctimas de la noche oscura; buscamos salir victoriosos ante dicha oscuridad. Aun así la crisis se nos muestre de diversas formas, Cada una es más sorprendente que la anterior. La ruina y la inflación hoy, parecen sinónimos. Estas calamitosas hermanas se pasean entre los pasillos con anaqueles vacíos, así como también deambulan por aquellos callejones en donde el platillo está servido por la miseria; el único y estelar platillo, en este caso, son los desperdicios. La inflación y la crisis nos quieren famélicos.

Salir en busca de una vía de escape por medio del entretenimiento se ha vuelto una práctica devorada por el monstruo de la inflación. Desde comer en la calle, ir al cine, hasta comprarse un libro; en todas encontramos, según sea el escenario, una manera de abordar la pesada cotidianidad. En cada una de ellas encontramos un paseo guiado por la mengua: la primera es una opción bastante ambigua, costosa, y en muchas ocasiones, poco asequible; en la segunda valdría la pena preguntarse si ver la película, o comprar los acompañantes preferidos del séptimo arte;  en la tercera, y ultima, la inflación nos quiere ignorantes e iletrados; así como ignorantes e iletrados también nos quiere el sistema. Porque un país de iletrados es más sencillo de manipular.

En definitiva. Pareciera que la sombra cada día se hace más grande. Cada día pareciese que la última y única jugada que nos queda antes de que se nos tranque la partida de dominó es recurrir a la palabra que más ha retumbado en el papiamento venezolano en los últimos años: el éxodo. Irse en búsqueda de nuevos horizontes. Aun así podamos irnos y  apaguemos la luz para que se difumine la lúgubre sombra de la mengua, posiblemente la sombra de la férula siga brillando como un lucero en la lejanía de nuestra vida en el exilio. Y que hasta nos acongojemos con titulares que nos hagan sentir, en muchas ocasiones, que la penumbra es invencible. Pues, lo cierto es que toda etapa, toda época tiene su fecha de caducidad.

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